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lunes, 12 de julio de 2010

Libertos y Desnortados (Las Columnas del Mercado)

El Mercado.
Reencuentro con Magdalena


Contemplaba a Magdalena y veía en sus ojos el tiempo que ya se fue. El olor a tiza, el sabor de las manzanas y de los bocadillos con mantequilla, el grito de los niños, las peleas en el recreo frente a los castillos de Valderas, y el sonido de los juegos en la calle, sin apenas tráfico. Truque, dola, bicicletas y peones, escondite, mosca, pingüino, carreras de chapas, la comba para las niñas, el balón o churro media manga mangaentera para los chicos… Cigarrillos sueltos, regaliz, pachulí y palulú.
Percibía la ilusión en sus ojos brillantes como el coral negro. Veía reflejadas en ellos mis esperanzas, las perdidas y las encontradas, las alcanzadas y las por alcanzar. Mis recuerdos redivivos. Mi melancolía de los viernes por la tarde porque debía esperar al lunes para volverla a ver, pues durante el fin de semana rara vez lo conseguía. Mi alegría en el amanecer de los lunes por reencontrarla pilla y traviesa en el aula. Las matemáticas se encargaban de atenuar tanta alegría inconsciente. De aquélla época conservo cierta simpatía masoquista por los lunes (el pato lo pagan los martes, odiados desde entonces). Mis expediciones en mi bici BH naranja con mi colega Aragón a su barrio por hacernos los encontradizos con ella y con su amiga Mayte, pues a él le gustaba ésta (tenía buen gusto, porque ahora Mayte es un cañón de mujer). Para nada, en realidad, porque al verlas apretábamos la marcha y pasábamos de largo muy rápido. Pero éramos felices porque las habíamos visto y, con suerte, nos habían saludado (echándole imaginación hasta nos habían sonreído). Recordaba el aleteo de las mariposas en el estómago cuando me miraba; el temor a que alguno de mis amigos de fatigas desvelara “mi secreto”… un secreto a voces por otro lado, más que nada porque me ponía rojo como un tomate raf cuando me miraba o me hablaba, aunque sólo fuera para decirme hola. Sí, lo reconozco: era un “pringaíllo”.
Yo la miraba y ella brillaba con una luz especial. Una vez uno de los chicos exclamó canturreando: “A Iglesias le gusta Magdalena”. Era típico de la edad y la época, pero yo sentí que el suelo se abría bajo mis pies. Ella me miró entre las risas de sus amigas y yo me puse colorado, para variar, como un tomate raf. No dijo nada, pero sonrió como sólo sabía hacer ella (al menos eso creía yo entonces) y se marchó. Ese día fui el tipo más feliz del mundo mundial. “No te hace ni caso”, me dijo uno de esos amigos que siempre te “animan”, como si yo no lo supiera ya. No me importaba (aunque me hubiera hecho “caso” tampoco habríamos hecho nada, porque yo era más cándido que Bambi). Aquella tarde cogí mi bici y me fui hasta Móstoles con una sonrisa de oreja a oreja, el brillo de su sonrisa iluminaba el cielo y una rosa había crecido en mi pequeño corazón infantil cuyas espinas no me herían. Allí unos macarras intentaron robarme la bici y cinco duros que llevaba en el bolsillo, pero no pudieron (al fin y al cabo debía demostrar que era de Viña Grande) y menos aquella tarde que el sol brillaba para mí. Empujé a uno de ellos, que me rozó en la pierna con su navaja, y salí dando pedales a toda pastilla. Me sentía como Edy Merckx. Llegué al barrio con la lengua fuera y el corazón latiendo en la boca, pero más feliz que una perdiz. Bendita ingenuidad. Al día siguiente volví a la normalidad, como no podía ser de otro modo.
Al terminar la E.G.B. fuimos de viaje a Torremolinos, yo tenía 13 años. Una mañana mis amigos se fueron (creo que a la playa) pero yo preferí quedarme solo en la piscina porque no me encontraba bien. Ante mi sorpresa, aparecieron Magdalena, Mayte y alguna chica más y colocaron sus toallas cerca de donde yo estaba tumbado. Me puse a ciento diez, claro. “Tú eres buen chico, ¿por qué no te acercas?” me dijo, imagino que con cierta sorna (es lo que se suele decir a los feos o a los pringaíllos) pero con esa dichosa sonrisa que me desarmaba. “Esto no está pasando”, pensé, “Esta es la tuya, así se las ponían a Alfonso XII”, seguí carburando, pero me dio tanto corte que no fui capaz de hilvanar tres frases coherentes seguidas, mucho menos ocurrentes y menos aún brillantes. El tomate raf (es decir, yo) decidió tomar las de Villadiego y, tras un “¡Uf, qué calor hace aquí!”, o similar patética excusa, salí a la carrera y me zambullí en la piscina. No recuerdo mucho más porque allí dentro me dio un “jamacuco” que casi las diño. El primer médico que me vio, y que no era precisamente el doctor Gregorio Marañón, diagnosticó insolación y ordenó reposo. Me encamaron en una habitación desde la que podía escuchar a mis compañeros de fiesta por el hotel. Sin duda alguna puedo afirmar que me sentí el tío más desgraciado de la historia de la humanidad y más triste que la luz de noviembre.
“Si no existieran monos como tú y yo que corrieran para quedar los últimos tampoco existirían los campeones”, le consuela el amigo al niño protagonista de la película “Melody”, tras quedar fatal en una carrera en la que éste esperaba llamar la atención de la citada Melody. Tan grande verdad como triste el consuelo, pero bueno ahí descansa la lírica de la derrota de la que tanto sabe el español medio. Forja de un carácter que a algunos les conduce a hacerse socios del Atleti con el paso del tiempo. “Rose, no alimentes tus deseos o tendrás lo que deseas” le recomienda el reverendo a Rose en la fantástica película “La Hija de Ryan” de David Lean. Y tal vez sea cierto que quien alienta deseos cosecha represión, pero soy combativo y me atraen los retos, no lo puedo evitar. Si quieres las olas buenas te tienes que arriesgar y yo, en aquella época, no hallaba consuelo en ese razonamiento. Yo, entonces, quería ganarme su amor. No pudo ser, así que acabé solidarizándome con los “monos” de Melody.
Al día siguiente, alguien más juicioso decidió trasladarme a Madrid y me salvó la vida porque me ingresaron de urgencia en el hospital más amarillo que un limón aquejado de ictericia galopante. Había contraído una hepatitis por el sudor en el gimnasio donde practicaba judo, y como es una dichosa enfermedad que incubas durante mucho tiempo, no era consciente de qué me ocurría. Durante mi largo y tedioso internamiento decidí que debía cambiar algún detallito en mi vida y, una vez que descarté trabajar como espía doble en China valiéndome de la tez que había adquirido mi piel, decidí tomar en adelante el toro por los cuernos, combatir mi absurda timidez con el sexo opuesto dispuesto a morir en combate. A buen seguro me excedí: Desde entonces hablo por los codos y soy un libro abierto. Pero mi relación con los demás, sobre todo con “las demás” varió bastante a mejor. Sea como fuere, lo cierto es que no volví a ver a Magdalena hasta hace unos pocos días. 32 años más tarde, toda una vida en realidad.
“Tú fuiste hecha para el ancho mundo, Rose”, le decía Richard Mitchum a Sarah Miles en su papel de marido en la citada “La Hija de Ryan”. Y así fue hecha Magdalena, pienso yo: libre como el viento, para que recorriera el mundo, intentando descoserse su sombra de los pies, rompiendo las estrecheces que le ofrecía el barrio para hacerse una mujer completa, para hacerse mejor persona, como el protagonista de “El Alquimista” de Paulo Coelho, para encontrarse a sí misma en algún punto entre la tierra y el cielo, reconociéndose en sus luces y sus sombras, despeñándose alguna vez en los vertederos de las promesas rotas, como todos y cada uno de nosotros.
Sí, por fin he vuelto a verla. Hemos cambiado, sobre todo yo, y ante mí se ha presentado toda una mujer, pero yo he reconocido bajo ella a aquella niña traviesa que me desarmaba con un solo guiño. Creo que conservaremos nuestra sincera amistad, aún en la distancia. Si nos hubiéramos liado de pequeños a lo mejor ahora nos odiaríamos, vaya usted a saber. Estoy felizmente casado. Ella está felizmente casada. Así debe ser y yo me alegro. Se la ve muy feliz, conserva esa eterna sonrisa de niña pícara y traviesa que yo recordaba y eso es lo que importa, porque lo demás sobra. Lo demás se lo lleva el viento entre un “si hubiera” y un “no puedo”.
Mi buen amigo Fermín sonreía feliz sentado en el grupo de antiguos alumnos del colegio del Mercado. Sospecho que porque él también había tomado pasaje al pasado y se había reencontrado con el intenso olor a caramelo que desprendía la niña nueva que habían sentado a su lado en el aula, con ese olor mágico que le hacía volar atravesando aquellas paredes sin ventanas lejos, muy lejos, allí donde habitan los dulces sueños y, al final, la vida verdadera.

Jose Manuel Iglesias Cervantes.

Libertos y Desnortados Thomas More, Thomas Cronwell y otras pérdidas de cabeza

El Mercado

Thomas More, Thomas Cronwell y otras pérdidas de cabeza.


Como ya escribí en su momento, Thomas More (Tomás Moro para nosotros) inventó el término Utopía, jugando con el griego (οὐ, no; τόπος, lugar; εὐ, buen; τόπος, lugar; es decir: buen lugar en ninguna parte) en su obra “De Optimo Republicae Statu deque Nova Ínsula Utopía” para denominar una isla regida por un sistema político ideal, un híbrido entre el cristianismo y el comunismo. En su isla, el rey estaba al servicio del pueblo y no para servirse de él, y sólo se distinguía del resto de sus conciudadanos por portar una ramita. En Utopía el trabajo no se consideraba una bendición sino un recurso para que el sistema siguiera funcionando. La jornada laboral duraba seis horas y, a su conclusión, las gentes dedicaban el tiempo al cultivo del espíritu. En Utopía se ocupaban de los viejos y los enfermos… Moro que había participado activamente en la formación del rey Enrique VIII se distanció de éste tras el cisma que provocó con la Iglesia de Roma para provocar su divorcio de Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, y erigirse como jefe de la Iglesia Anglicana. Este distanciamiento comenzó realmente con las censuras de Moro a las veleidades belicistas del citado monarca. La situación fue aprovechada por Thomas Cronwell, un luterano de origen humilde y que llegó al puesto de Lord Canciller que ocupaba el propio Moro.
Ambos consejeros terminaron sus días en el cadalso. Entre las virtudes de Enrique VIII no estaba, precisamente, la gratitud a los servicios prestados y sus verdugos, sin duda, se ganaban el sueldo. Cortaron más cabezas que la reina de Alicia en el País de las Maravillas. Así pues, Tomás Moro, uno de los hombres más influyentes de su época, se negó a bailarle el agua al rey y secundar sus planes y, teniendo mucho que ganar, se negó a lucrarse contra su conciencia y, teniendo mucho que perder, se negó a claudicar en contra de esa misma conciencia. Su familia se vio a abocada a la pobreza y él pasó de gozar del favor real a ser encerrado en la Torre de Londres y, finalmente, ser conducido al cadalso para ser decapitado. La intrahistoria nos cuenta que los asistentes a la ejecución, lejos de insultarlo o lanzarle desperdicios, como era costumbre, le vitoreaban a su paso, persignándose como ante un santo, y que el propio verdugo imploró su perdón por lo que se veía obligado a ejecutar, solicitándole su bendición. Moro, que nunca ocultó su temor a ser sometido a tortura, mostró un extraordinario aplomo en la hora final. Bromeó con el verdugo pidiéndole ayuda para subir al cadalso puesto que no la necesitaría para bajar del mismo y que no le cortara la barba que le había crecido en prisión pues ella sí había sido fiel al rey. Bendijo a los asistentes y exclamó: “Muero siendo el buen siervo del Rey, pero primero de Dios” y falleció de un único y certero tajo. Fue canonizado. Ahora es conocido como Santo Tomás Moro.
Thomas Cronwell, que había crecido a la sombra del cardenal Thomas Wolsey (entre Tomases estaba el juego), se hizo con el título de Lord Canciller o Primer Ministro, Secretario de Estado y Vicegerente de Asuntos Espirituales por decisión personal de Enrique VIII, convirtiéndose de facto en el hombre más poderoso de Inglaterra, empeñado en su plan de aplicar la Reforma en el reino del Tudor. Thomas Cronwell cayó en desgracia en 1540, tras repudiar el monarca a su cuarta esposa aún virgen, Ana de Cleves, una flamenca “con pinta de caballo” según la definía el sicótico rey. Los enemigos de Cronwell, que nunca fue un angelito, emborracharon al verdugo en la víspera para que le temblara el pulso y que su golpe de gracia no fuera certero. Hasta cuatro hachazos descargó el beodo ajusticiador sobre el cuello del otrora todopoderoso canciller sin conseguir su objetivo de desprender la cabeza del torso. Finalmente, un guardia se hizo con el hacha y asestó el golpe definitivo ante el estupor de los presentes, asqueados ya de una escena tan desagradable. La cabeza de Cronwell fue hervida y expuesta públicamente en la Torre de Londres, con la mirada en sentido opuesto a la capital del Támesis.
Los seres humanos, capaces sin duda de lo mejor también somos capaces de las mayores mezquindades. Hay que ser muy miserable para desearle a otra persona una muerte tan cruel como la que esos sujetos le depararon a Cronwell, por malo que éste hubiera sido. Sin obviar que el verdadero motivo de tanto odio residía en el fondo en la baja cuna del primer ministro (era hijo de un cantinero), algo que nunca le perdonaron los altivos nobles ingleses, más allá de su indudable codicia, de su intento obsesivo de mantener todo bajo su control o de su rapacería con los bienes eclesiásticos, pues en todo ello participaron alegremente dichos nobles, incluidas por supuesta las razias ordenadas por el susodicho canciller y sus tan espeluznantes como crueles campañas de castigo contra los rebeldes.
Con el dinero que expolió Cronwell a la Iglesia y con los abusivos impuestos que aplicó en el norte de Inglaterra, amén de engordar su pecunio particular, financió las conquistas y uniones de Escocia, Gales e Irlanda (es decir, formó las bases de lo que conocemos como Gran Bretaña) y construyó la base de la futura y poderosa Armada inglesa. Objetivamente, no fue tan malo para Albión. Fue robar a ladrones y abusar sin piedad de los desfavorecidos, lo mismo que hacían e hicieron sus no menos rapaces enemigos. Nada nuevo bajo el sol. La diferencia de la muerte del uno y del otro recompensa sin embargo a mis ojos la coherencia y la virtud de Tomás Moro, aunque pueda parecer un pobre consuelo en los tiempos que corren. Mi padre solía contarme la historia cuando nos sentábamos frente a los castillos de San José de Valderas, y me aconsejaba primar la honradez y la coherencia con los propios ideales a la avaricia, aunque se pierda la vida en el envite, aún más en los actuales tiempos en que estamos gobernados por “gobernantahúres”, según el acertadísimo término acuñado por Réjean Ducharme, y que nos conducen irremediablemente a la distopía.
Otro Cronwell, Oliver, se haría años después con el poder omnímodo en el reino inglés bajo el título de Lord Protector tras sus victorias sobre las tropas de Carlos I en Marston Moore (1644) y Naseby (1645) en la Guerra Civil inglesa. A menudo se oculta que al acceder Carlos II al trono ordenó exhumar el cadáver de Cronwell, decapitarlo y clavar su cabeza en una pica, en la que se pasó más de cuarenta años expuesta públicamente en la Torre de Londres. Eran los anuncios de la época, bastante mas “heavys” que los actuales de Tráfico. Para que luego nos hablen de espíritus vengativos. De todo lo expuesto debe proceder el dicho de “no pierdas la cabeza”, como en la canción: “Txus, no bebas tanto: no pierdas la cabeza, no pierdas la cabeza… no pierdas la cabeza”.

Jose Manuel Iglesias Cervantes.

jueves, 1 de julio de 2010

El Mercado
Bérénice del Valle


"Porque sueño yo no lo estoy. Porque sueño... sueño. Porque me abandono por las noches a mis sueños antes de que me deje el día. Porque no amo. Porque me asusta amar. Ya no sueño. Ya no sueño….” Léolo, el niño protagonista de la memorable película de Jean-Claude Lauzon, recita estas palabras del libro que le ha dado el “Domador de Versos”, la aún más brillante novela del también canadiense Réjean Ducharme “L’ Avalé des Avalés”, que prosigue diciendo: “A ti, la Dama, la audaz melancolía que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciéndolas al tedio, tú que atormentas mis noches cuando no sé qué camino de mi vida tomar, te he pagado cien veces mi deuda. De las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de una sombra de la mentira que tú misma me habías obligado a oír. Y la blanca plenitud no era como el viejo interludio, y sí una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz sobre mi soledad. E iré a descansar, con la cabeza entre dos palabras, en el valle de los avasallados”
Bérénice Einberg es una niña canadiense, políglota, en cuyos labios Réjean Ducharme pone algunas de las frases más dignas de ser recordadas que se me puedan ocurrir. Es hija de padre judío y madre católica enfrentados en una guerra permanente y estéril: “Les veo gritarse a la cara. Les veo odiarse, odiarse con lo más bajo que pueda haber en sus miradas y sus corazones. Cuanto más se gritan, más se odian. Cuanto más se odian, más sufren”. Denunciante de la indefensión infantil ante la hipocresía de los adultos: “Padres orgullosos por demostrar que saben compartir las pequeñas desgracias de sus hijos… ¡La mínima señal de felicidad os escandaliza, os saca de quicio! ¡Qué estos niños se complazcan os estriñe!”.
La pequeña Bérénice, con sus traumas por “tener la cara llena de granos”, me parece uno de los personajes más entrañables de la historia de la literatura. Igualmente entrañable cuando crece: “Tenía que toparme con las señoritas menstruaciones. Ahora estoy repleta de ovarios… Empiezo a tener tetas. No corras demasiado deprisa, vaca, se te va a agriar la leche”. Y digo bien, entrañable, aunque se destroce en jirones en la guerra de Israel, una guerra que “es tan santa para los pobres imbéciles de un lado como para los pobres imbéciles del otro”. Entrañable aunque se declare incapaz de amar a nadie: “Amar quiere decir: sufrir… Yo no quiero sufrir. Quiero golpear. Yo no quiero aguantar”. Entrañable pues todo ello en realidad esconde una mentira. Es una persona en continua ebullición y evolución: “Soy una estatua que se esmera por cambiar, que se esculpe a sí misma en algo diferente…La vida está dentro de mi cabeza y mi cabeza está dentro de mi vida. Me siento continente y contenida. Soy la vasalla del avasallado”.
Bérénice es un canto permanente a la fuerza de la imaginación: “Cada página de un libro es una ciudad. Cada línea es una calle. Cada palabra es un hogar. Lo único que le pido a un libro es que me inspire energía y valor, que me diga que hay más vida de la que puedo abarcar, que me recuerde la urgencia de actuar”. Es poética sin llegar al empalago: “Crece el verde cabello a través del jergón donde la nieve durmió”. Es solidaria con el dolor ajeno: “Cualquiera que huye con su vida huye al mismo tiempo con la vida de todos los demás”. Es un alma libre y en absoluto acomodaticia: “Un refugio por seguro que pueda ser, ¿acaso no es una jaula, una prisión, un sótano sombrío y viscoso?...como quien imagina estrellas en el fondo de una alcantarilla”.
Es una chica orgullosa, combativa y dura: “Una rata tiene las tripas llenas de coraje”. Es nihilista: “Un ser humano muerto pertenece a aquel que lo ha abatido”. Alguien que se autoafirma en un mundo hostil: “Soy alguien y me pertenezco… El único medio de pertenecerse es comprender”. Alguien que duda y se busca: “Tengo una vida. No tengo ni idea de lo que he de hacer con ella…” Es dulce y ama tan profundamente, primero a su hermano Christian y a su propia madre que termina por despreciar la cobardía y abulia del uno y por insultar a la otra, “Gato Muerto” la moteja por utilizarla en realidad como pretexto y arma arrojadiza en sus disputas con su padre: “Debe de ser enternecedor verse maternal con los mocosos de los demás”. Es realista a la par que crítica con los poderosos: “Esta guerra que, como todas las demás, sólo es un negocio entre sabiondos y peces gordos”.
Bérénice es divertida y autocrítica: “El señor Einberg me ha diagnosticado una insuficiencia de patadas en el trasero”, y muy lúcida: “No se nace al nacer. Se nace unos años más tarde, cuando se toma conciencia de ser. Yo nací más o menos a la edad de cinco años… Cuando estás loca tienes que atarte”. Cuando esta muchacha muda su inicial pasión por la vida por la decepción y el sentimiento de autodestrucción, va dimitiendo de la vida, con dignidad y en realidad está más viva que nunca porque “para tener ganas de morir hace falta sentir que estás vivo…No soy de los que levantan catedrales. Soy de los que arden en deseos por propagarse por toda la extensión del firmamento. Daré caza al tedio hasta caer muerta”. Pero llegada la hora de la verdad se muestra humana y hace cuanto puede por sobrevivir. No importa, todo es falso, prima lo que interesa al poderoso en un momento dado. Como ella dice: “Me han creído. Justamente, necesitaban heroínas”.
Cuántas veces no habré pensado al mirar alrededor “¡Caca de la vaca!”, como tú sueles decir: Cuántas veces he soñado escapar de aquí, como tú de la capilla y de la sinagoga de tu isla en Saint Laurent. Sí, “la soledad y el miedo no tienen nada. Cuanto más intentamos calmarlos más se desviven, más gritan”. Yo grito contigo, niña mía: “¡Todo sea por lo mejor en el mejor de los mundos!”. Sí, Bérénice, pienso en ti cuando no veo el fondo del pozo en mi habitación a oscuras. “Cuando quieres saber dónde estás cierras los ojos”. Sí, Bérénice, llevas razón cuando afirmas que “la vida es difícil para las chicas fáciles” o que “para ver una ciudad en el fondo de un vaso hay que esforzarse”. Sí, mi querida Bérénice, “cuanto más claramente es percibida una ilusión, más se asemeja a una realidad”. No llegaremos muy lejos Bérénice, pero iremos a nuestro aire. Sí, quizá sea mejor que las playas de la isla de Utopía sólo se adivinen entre la bruma, que no se vean con nitidez, que sigamos lejos de sus riberas, para que no nos desencanten. Quién sabe, Bérénice, dulce par de alas de golondrina que nadas en el aire. Yo, leyéndote como hacía Léolo, también iré a descansar con la cabeza entre dos palabras en el Valle de los Avasallados.
Jose Manuel Iglesias Cervantes

Libertos y Desnortados (Las columnas del Mercado)

El Mercado.
Utopía y gamusinos

Desde lejos me llega el eco de una vieja canción, el tenue rumor de la soledad, del recuerdo del pasado. Un susurro que se acurruca en mi oreja. Un mensaje escrito en las hojas que trae el viento cuando la realidad oprime al ánimo. Cuando el fraude, el engaño, la trapacería se confunden con la honradez. Cuando ante la injusticia guardamos silencio porque el silencio de hoy es una infamia, porque el silencio de hoy será el rencor de mañana. Cuando nuestros periodistas, que deberían velar por nuestra formación y por su independencia, aceptan que les vendan lecturas de comunicados oficiales sin opción a preguntas como si fueran verdaderas ruedas de prensa. Cuando nuestros líderes no nos escuchan ni nos ven y sólo nos usan como trastos que lanzarse a la cabeza en su guerra particular, en busca de un mero beneficio personal. A menudo debemos luchar contra nosotros mismos, contra nuestra propia galbana. A menudo somos nuestros peores enemigos. Como escribió Saccomanno, “el infierno es el subsuelo de uno mismo”. No busquemos más allá.
Tomás Moro escribió la inmortal obra “Utopía”, título que tantos sueños rotos ha apadrinado. Tomás Moro perdió la cabeza, pero nunca su integridad ni su coherencia ni sus sueños. Limón, infinito, república, cachivache y gamusino fueron las palabras más votadas en una encuesta realizada por el Instituto Cervantes con motivo del Día del Castellano. Utopía es mi palabra favorita en castellano. Es la luz que despeja las sombras en mi alma, un faro que contemplar y que me sirve de guía en los días neblinosos y confusos, el fuego que aleja a las bestias y espanta a las criaturas de la noche. Utopía es el viento en las velas de nuestros navíos que los conduce hacia buen puerto, el aliento que favorece que nuestros hijos crezcan felices y en libertad. La utopía precisa de los recuerdos, de las buenas experiencias para no perderlas y perpetuarlas en el tiempo; y de las malas, para no repetirlas y erradicarlas. Pero los recuerdos sólo son buenos mientras no nos hagan reos con sus cadenas invisibles, unas cadenas a las que nos puede conducir engañados la falsa nostalgia. No todo tiempo pasado fue mejor, simplemente éramos más jóvenes y teníamos más energía. Todo tiempo pasado es, y debe ser, mejorable. Es el legado de los muertos y la responsabilidad de los vivos para los que están aún por vivir. Recuerdos, sí, pero primando el futuro, puesto que lo único que no existe es el presente. Cuando citamos el presente ya estamos hablando del pasado, y cuando actuamos ya lo hacemos con vistas al futuro. Todo es pasado y futuro. En la juventud cantábamos “No future for you, no future for me”, pero se expresaba una lucha por el “future for us”. We are the future, brothers in arms. Y en tiempos difíciles como éstos (todos lo son, unos más difíciles que otros, pero nunca hubo tiempos fáciles para el pueblo) la utopía cobra mayor relevancia si cabe. No hay tiempo a la espera. Las causas perdidas son las más nobles y las únicas eternas. Por eso el Quijote es eterno y universal.
Hay enfermos mentales que oyen voces y matan a sus prójimos. Yo oigo una voz que me alienta, que me grita “adelante, arriba, lejos. Siempre adelante, arriba una vez más, más lejos esta vez y siempre”. La gente agota sus rezos con desesperanza. La chica de los ojos azules contempla al cantante callejero en el vagón del tren interpretando boleros. Las chicas que leen y el adolescente que se pierde mentalmente buceando entre sus faldas. Mi sombra se aleja y, cuando más fatigado me siento, me recobro porque soy como el verso de Miguel Hernández, “como el árbol talado que retoño y aún tengo la vida”. Para la libertad lucho, sangro y pervivo. Es la hora de la resistencia, de disipar los espejismos, de afrontar la realidad con la vista en la consecución de la utopía. Mandan los de siempre, ya lo sé, son los mismos los que roban y abusan. Son los mismos los de a Dios rogando y con el mazo dando, son los mismos los que niegan la utopía, pero por cada cabeza cortada surgirán otras diez en su lugar. El norte no está lejos, está en nuestro ombligo, en nuestra mente, en nuestro ser. Giremos la cabeza al amor, a la esperanza, al combate, al vuelo de la mariposa, al aguijón de la avispa. Al arroyo que fluye por nuestras venas, al viento que nos acaricia y cantemos que sí, que los chicos están bien; castigados, algo desengañados y cansados, pero bien, muy bien, mejor que nunca porque están preparados, más que antes, más que nunca. Respiran, sangran, comen, beben, sueñan. Ni un paso atrás, salvo para coger carrerilla. El valor de una sonrisa, el valor de un apretón de manos.
Sólo los más ricos, a menudo los más pobres de alma, piensan que todo tiene un precio. Cierto es que todos pueden obtener besos, pero unos se venden y otros se dan, y éstos valen más… éstos son los únicos que valen en realidad. Cuando cierro los ojos veo el viejo mundo, veo mis calles, mi colegio del Mercado, donde empezó todo. Cuando cierro los ojos puedo ver un mundo nuevo. Cuando cierro los ojos venzo el miedo y mis dedos rozan la utopía.
También tengo otra palabra preferida, y más ahora que hemos perdido a Saramago (Sara Maga para nuestra súper lideresa Esperanza Aguirre cuando era ministra de Cultura ¡aaay!). Es Iberia. Iberia en el sentido del premio nobel luso: una unidad voluntaria de ambos países, vencidas definitivamente las viejas rencillas, ganada una nueva y próspera amistad en un impulso común de las personas positivas de España y Portugal. Iberia, acaso otra utopía. Pero real y posible. A menudo aquéllos que se autocalifican de “realistas” no son otra cosa que inmovilistas reaccionarios a cualquier avance que suene a progreso.
“Sueño constantemente con los navíos de mi juventud, desde que zozobraron en el mar de las Estrellas” escribió con gran belleza el poeta canadiense Émile Nelligan. Yo intento cada día reparar las maderas y las velas dañadas para seguir navegando y continuar la singladura hasta arribar a la isla de la Utopía, aunque sólo sea para cazar gamusinos... serán gamusinos libres al menos.

Jose Manuel Iglesias Cervantes.

jueves, 10 de junio de 2010

Libertos y Desnortados (las columnas del Mercado)

El Mercado.

Días de Escuela, Días de Rock.


Días de escuela. La dulce María y el flautista cogieron el tren con dirección a la Isla del Amor, donde gansos y cisnes conviven con Rocinante,  huyendo de Abélica. Intentaron liberar al ser urbano, reo de aquellos que niegan que la paz sea verde. Acosados por las cucarachas, que sabían que entre las cejas sólo tenían libertad, se ocultaron en Sodoma y Chabola, y se durmieron con el son de la nana del emigrante, a la sombra de una mentira del oportunista. Escaparon la noche de que te hablé, huyeron de allí al grito de “¡corre, corre!” y con el amor grabado a fuego.
Ella había sido la mejor bailarina del harén y quería escapar del señor violento, que gobernaba a golpe de látigo. Él quería huir del tiempo gris, donde llueve por dentro. Mis amigos, ¿dónde estarán? les ayudaron a escapar, invocando al espíritu del Capitán Trueno, hasta que llegaron a este Madrid, que es una mierda que ni las ratas pueden vivir. Qué desilusión comprobar que los sermones siguen sonando en la catedral que flota en el espacio, sobre la granja del loco y sus cerdos rockeros que, sentados frente a una hoguera, preparan la batalla antes de que caiga el telón, brindando con una copa y alzando la voz contra la polución que nos invade y no nos deja respirar.
Ella viajó sola en su vagón, buscando los colores que la hacían sentirse bien, harta de buscar escaleras al cielo en la ciudad de los músicos, circulando por la autopista al infierno y cegada por el humo en el agua. Cegada por los mensajes de la televisión que no descansa, que funciona siempre… santa televisión, bendita televisión… la tele no descansa, la tele te vigila… hiede la televisión.
Salvación, oscuridad, frialdad… castigo fue lo que hallaron en los callejones de los flojos de pantalón y del camión de la basura, caminando de la mano de la verdad vencida, con el pelo pintado de azul y tocados del pulmón, pero agradecidos pensando que todo es más sencillo apagando las luces si comprendemos que la luz de un cigarrillo nos puede valer… sí, maneras de vivir… detenidos en la materia, en el silencio de las esferas, en crisis… ¿qué crisis? Crisis y castigo para el fenicio y el astuto.
No hagas caso a este texto, pues todo es mentira, En realidad, no importa, es sólo rock and roll y no voy más lejos. Lo que hace falta es un buen bidón de aire puro y natural, y de cerveza, una piba y un colchón, que sea fina y no estrecha… pero piensa en lo que acabas de elegir porque gritar, cantar es algo más que una intención, aunque si es sólo una canción me siento mejor, porque sé que no estoy en mi juicio y que me falta inspiración, así que pon otra cerveza que esto… se acabó.

Jose Manuel Iglesias Cervantes. (En memoria de Richi. Texto homenaje al “rock urbano”, realizado con canciones de Leño, Topo, Asfalto, Ñu, Rosendo Mercado y Miguel Oñate).

Libertos y Desnortados (las columnas del Mercado)

El Mercado.

La Niña Lunática y el Hombre Lobo Enamorado.


Mi niña cree que es una lunática y no es cierto. Mi niña se prendó de la luna porque le deslumbró su brillo entre las sombras y la bruma. Cual algodón de azúcar se la llevó a los labios y se deshizo en su boca, acarició sus senos y se instaló en su pecho. Le reveló sus deseos y le confió sus miedos.
Tan mujer y tan niña, tan fuerte como insegura. Bailó bajo la luz de la luna, desnudo su cuerpo, desnuda su alma. Surcó los mares y paladeó la espuma. Bailó desnuda bajo la luz de la luna y los monstruos y las bestias se enamoraron de ella, de su rostro infantil, de sus senos de nácar, de su corazón de piruleta, rojo y dulce, espinoso y ajado. Lo remendó con hilo de esperanza y oro e intentó ascender hasta ella, peldaño a peldaño, pero se quedó colgada en un ay, pendiente de un cordón de plata lunera, porque las escaleras que van al cielo hunden sus patas en el cieno de las podredumbres del suelo. Mas era un hilo esperanzado, inteligente, enamorado. Un hilo del material de los sueños, un hilo de deseo encendido porque ella es puro sexo, sexo puro, porque el sexo sólo es uro cuando no está reprimido ni aprisionado o, cuando estándolo, se ha liberado. Cuando el sexo es libertad, cuando el amor no está condicionado, cuando el deseo es un torrente y el amor es radical y no está hipotecado o calculado.
Mi niña soñó con ser una embarazada imaginaria, un robot, un espíritu, una bailarina, una muñeca, una funambulista sobre el cable de la vida y una hechicera, y fue todas y ninguna de ellas. Mi niña baila bajo la luz de la luna porque es la reina de las mareas y ella es mi princesa escondida, mi princesa sin reino y con un corazón de piruleta, remendado, mil veces cosido, dolido pero vivo… vivo… vivo. Mi niña está prendada de la luna y yo de ella, con mi cuerpo agotado y sangrante de zarpazos, pero vivo… vivo… vivo.
No, ella no es mía, ni de nadie. Ella es la niña de la luna, ella es libre. Y yo un viejo hombre lobo enamorado de ambas, que no se cansa de hacer brindis al sol y aullar palabras de amor a la luna.

Jose Manuel Iglesias Cervantes para Marta y Luis Rico.

Libertos y Desnortados (las columnas del Mercado)

El Mercado.

La Tiranía de los Tópicos.


Tópico. Opinión, idea o expresión que se usa y repite con mucha frecuencia, y no resulta original. Todo tópico tiene un fondo de verdad, pero siempre encierra una gran mentira o una injusticia manifiesta, e implica pereza mental. Pondré unos cuantos ejemplos de ello.
Se llamó “catenaccio” (cerrojo) a la forma de jugar ideada por el entrenador Helenio Herrera (argentino de origen español y nacionalizado francés) para la Internazionale di Milano, cerrando espacios y primando la defensa en detrimento del ataque, esperando agazapado el error del rival. No me gusta el fútbol italiano y, mucho menos, esa apuesta cicatera y fea de jugar siempre atrás, especulando. Prefiero el fútbol vistoso, de toque y desenfadado de Brasil, la garra pujante argentina y el juego ofensivo holandés. La alineación interista en la final de la Champions League que ganó al Bayern Munich en el estadio Santiago Bernabéu en mayo de 2010 fue la siguiente:  Julio César (brasileño); Maicon (brasileño), Lucio (brasileño), Samuel (argentino), Chivu (rumano); Javier Zanetti (argentino), Cambiasso (argentino), Sneijder (holandés); Eto'o (camerunés), Diego Milito (argentino) y Pandev (croata). Entrenador: Jose Mouriño (portugués).  No hay un solo italiano en la lista. Tres brasileños, cuatro argentinos y un holandés. Sin palabras.
Se alude frecuentemente a la idea de la “dulce herida” del amor (obviemos a todos aquellos y aquellas que se han suicidado por tal motivo) o del amor como una enfermedad que “necesita una cura”. La soledad, como la “mejor compañera”. El que bien te quiere te hará llorar (yo prefiero que me quieran menos, la verdad). La suerte de la fea, la guapa la desea (y los cojones). Tu obra te hará inmortal (Sobre todo si enfermas de cáncer). La verdad te hará libre (Que se lo digan a los esclavos. En una fábrica o una obra sí te puede hacer libre… para buscar otro trabajo). Lo mejor para conquistar a alguien es ser natural y mostrarse tal cual se es (sobre todo si eres un pazguato, feo y más triste que la luz de noviembre). Los latinos somos grandes amantes (¿todos?), las latinas amantes fogosas y enloquecidas celosas (¿Sí?). El macho ibérico a la sombra del “landismo”. El hombre siempre va al grano (no hay hombres indecisos), la mujer es más sentimental que el hombre (sobre todo las carceleras de ciertos presidios y campos de concentración); la mujer es más ingeniosa que el hombre (algo que el hombre no comprende porque no se le aportan datos). A las mujeres no les gusta el fútbol ni a los hombres las películas que no sean de acción. A las mujeres no les gusta el sexo; los hombres son animales en permanente y compulsivo estado de celo. Las mujeres no respetan el espacio personal del hombre; él sí, siempre. Las mujeres hablan en un código indescifrable para el pobre intelecto masculino, anclado en una suerte de indigencia emocional e intelectual. La mujer necesita a un hombre que le aporte seguridad. A la mujer, en el fondo, le gusta que la maltraten y cuando dice no, en realidad quiere decir sí. El hombre nada más que piensa en beber cerveza, tener un coche deportivo y en perpetuar la especie. Ellos no quieren a su lado una mujer inteligente. Ellas siempre usan el sexo como arma. La mujer no tiene amigas. Si no tienes enemigos careces de amigos. El tamaño del pene es lo más importante en una relación sexual; los negros la tienen más grande y los moros más gorda. Una lesbiana es una mujer que no ha sido convenientemente fornicada. Los homosexuales son reconducibles por una chica mona que sepa amarles.
Los ingleses son piratas borrachos y unos tipos estirados que no descomponen su atuendo ni en el váter. Los franceses son homosexuales que se perfuman pero no se lavan (los heterosexuales también, aunque quieran disimular) y las francesas unas perfumadas salidas que no se lavan ni se depilan (porque los franceses son homosexuales). Los griegos no son homosexuales, son unos viciosos de tomo y lomo. Los alemanes tienen una mala leche de cuidado (Ya saben: cuando un alemán decide hacer turismo y se mosquea, invade un país o dos) y son unos cuadriculados incapaces de salirse de un guión previamente diseñado. Los italianos son capaces de cruzar el océano Pacífico a nado con tal de echar un polvo y son unos gallinas en combate (los legionarios romanos no cuentan porque eran muy suyos y no eran italianos). Los americanos son prepotentes, engreídos y pululan por el mundo montados a caballo con sombrero de cowboy. Las cubanas y las brasileñas son voluptuosas y unas máquinas sexuales sin parangón. Todos los judíos son torvos usureros y los musulmanes, traicioneros.
Somos el país de la paella, la tortilla, la sangría y el aliento a ajo. El país de los toreros, de los fiesteros, de la siesta reparadora que todo lo paraliza, de los enérgicos vitalistas que no sabemos decir no. España, esa nación donde se está en Europa sin sentirse europeo. Que usted es un pobre currante que no recuerda la última vez que se echó un sueñecito después de comer, que su irrisorio sueldo no le da para montarse una jarana o que no le gusta beber sangría. Bueno, le comunico que usted no es español. En general, los extranjeros tienen mejor opinión de España que los propios españoles… ¿Serán que no nos conocen lo suficiente o que nos conocen muy bien? Desterremos los tópicos, es el primer paso para acabar con los prejuicios, las injusticias y el racismo. Sólo por esto ya valdría la pena.

Jose Manuel Iglesias Cervantes.