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jueves, 1 de julio de 2010

El Mercado
Bérénice del Valle


"Porque sueño yo no lo estoy. Porque sueño... sueño. Porque me abandono por las noches a mis sueños antes de que me deje el día. Porque no amo. Porque me asusta amar. Ya no sueño. Ya no sueño….” Léolo, el niño protagonista de la memorable película de Jean-Claude Lauzon, recita estas palabras del libro que le ha dado el “Domador de Versos”, la aún más brillante novela del también canadiense Réjean Ducharme “L’ Avalé des Avalés”, que prosigue diciendo: “A ti, la Dama, la audaz melancolía que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciéndolas al tedio, tú que atormentas mis noches cuando no sé qué camino de mi vida tomar, te he pagado cien veces mi deuda. De las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de una sombra de la mentira que tú misma me habías obligado a oír. Y la blanca plenitud no era como el viejo interludio, y sí una morena de finos tobillos que me clavó la pena de un pecho punzante en el que creí, y que no me dejó más que el remordimiento de haber visto nacer la luz sobre mi soledad. E iré a descansar, con la cabeza entre dos palabras, en el valle de los avasallados”
Bérénice Einberg es una niña canadiense, políglota, en cuyos labios Réjean Ducharme pone algunas de las frases más dignas de ser recordadas que se me puedan ocurrir. Es hija de padre judío y madre católica enfrentados en una guerra permanente y estéril: “Les veo gritarse a la cara. Les veo odiarse, odiarse con lo más bajo que pueda haber en sus miradas y sus corazones. Cuanto más se gritan, más se odian. Cuanto más se odian, más sufren”. Denunciante de la indefensión infantil ante la hipocresía de los adultos: “Padres orgullosos por demostrar que saben compartir las pequeñas desgracias de sus hijos… ¡La mínima señal de felicidad os escandaliza, os saca de quicio! ¡Qué estos niños se complazcan os estriñe!”.
La pequeña Bérénice, con sus traumas por “tener la cara llena de granos”, me parece uno de los personajes más entrañables de la historia de la literatura. Igualmente entrañable cuando crece: “Tenía que toparme con las señoritas menstruaciones. Ahora estoy repleta de ovarios… Empiezo a tener tetas. No corras demasiado deprisa, vaca, se te va a agriar la leche”. Y digo bien, entrañable, aunque se destroce en jirones en la guerra de Israel, una guerra que “es tan santa para los pobres imbéciles de un lado como para los pobres imbéciles del otro”. Entrañable aunque se declare incapaz de amar a nadie: “Amar quiere decir: sufrir… Yo no quiero sufrir. Quiero golpear. Yo no quiero aguantar”. Entrañable pues todo ello en realidad esconde una mentira. Es una persona en continua ebullición y evolución: “Soy una estatua que se esmera por cambiar, que se esculpe a sí misma en algo diferente…La vida está dentro de mi cabeza y mi cabeza está dentro de mi vida. Me siento continente y contenida. Soy la vasalla del avasallado”.
Bérénice es un canto permanente a la fuerza de la imaginación: “Cada página de un libro es una ciudad. Cada línea es una calle. Cada palabra es un hogar. Lo único que le pido a un libro es que me inspire energía y valor, que me diga que hay más vida de la que puedo abarcar, que me recuerde la urgencia de actuar”. Es poética sin llegar al empalago: “Crece el verde cabello a través del jergón donde la nieve durmió”. Es solidaria con el dolor ajeno: “Cualquiera que huye con su vida huye al mismo tiempo con la vida de todos los demás”. Es un alma libre y en absoluto acomodaticia: “Un refugio por seguro que pueda ser, ¿acaso no es una jaula, una prisión, un sótano sombrío y viscoso?...como quien imagina estrellas en el fondo de una alcantarilla”.
Es una chica orgullosa, combativa y dura: “Una rata tiene las tripas llenas de coraje”. Es nihilista: “Un ser humano muerto pertenece a aquel que lo ha abatido”. Alguien que se autoafirma en un mundo hostil: “Soy alguien y me pertenezco… El único medio de pertenecerse es comprender”. Alguien que duda y se busca: “Tengo una vida. No tengo ni idea de lo que he de hacer con ella…” Es dulce y ama tan profundamente, primero a su hermano Christian y a su propia madre que termina por despreciar la cobardía y abulia del uno y por insultar a la otra, “Gato Muerto” la moteja por utilizarla en realidad como pretexto y arma arrojadiza en sus disputas con su padre: “Debe de ser enternecedor verse maternal con los mocosos de los demás”. Es realista a la par que crítica con los poderosos: “Esta guerra que, como todas las demás, sólo es un negocio entre sabiondos y peces gordos”.
Bérénice es divertida y autocrítica: “El señor Einberg me ha diagnosticado una insuficiencia de patadas en el trasero”, y muy lúcida: “No se nace al nacer. Se nace unos años más tarde, cuando se toma conciencia de ser. Yo nací más o menos a la edad de cinco años… Cuando estás loca tienes que atarte”. Cuando esta muchacha muda su inicial pasión por la vida por la decepción y el sentimiento de autodestrucción, va dimitiendo de la vida, con dignidad y en realidad está más viva que nunca porque “para tener ganas de morir hace falta sentir que estás vivo…No soy de los que levantan catedrales. Soy de los que arden en deseos por propagarse por toda la extensión del firmamento. Daré caza al tedio hasta caer muerta”. Pero llegada la hora de la verdad se muestra humana y hace cuanto puede por sobrevivir. No importa, todo es falso, prima lo que interesa al poderoso en un momento dado. Como ella dice: “Me han creído. Justamente, necesitaban heroínas”.
Cuántas veces no habré pensado al mirar alrededor “¡Caca de la vaca!”, como tú sueles decir: Cuántas veces he soñado escapar de aquí, como tú de la capilla y de la sinagoga de tu isla en Saint Laurent. Sí, “la soledad y el miedo no tienen nada. Cuanto más intentamos calmarlos más se desviven, más gritan”. Yo grito contigo, niña mía: “¡Todo sea por lo mejor en el mejor de los mundos!”. Sí, Bérénice, pienso en ti cuando no veo el fondo del pozo en mi habitación a oscuras. “Cuando quieres saber dónde estás cierras los ojos”. Sí, Bérénice, llevas razón cuando afirmas que “la vida es difícil para las chicas fáciles” o que “para ver una ciudad en el fondo de un vaso hay que esforzarse”. Sí, mi querida Bérénice, “cuanto más claramente es percibida una ilusión, más se asemeja a una realidad”. No llegaremos muy lejos Bérénice, pero iremos a nuestro aire. Sí, quizá sea mejor que las playas de la isla de Utopía sólo se adivinen entre la bruma, que no se vean con nitidez, que sigamos lejos de sus riberas, para que no nos desencanten. Quién sabe, Bérénice, dulce par de alas de golondrina que nadas en el aire. Yo, leyéndote como hacía Léolo, también iré a descansar con la cabeza entre dos palabras en el Valle de los Avasallados.
Jose Manuel Iglesias Cervantes

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