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lunes, 12 de julio de 2010

Libertos y Desnortados Thomas More, Thomas Cronwell y otras pérdidas de cabeza

El Mercado

Thomas More, Thomas Cronwell y otras pérdidas de cabeza.


Como ya escribí en su momento, Thomas More (Tomás Moro para nosotros) inventó el término Utopía, jugando con el griego (οὐ, no; τόπος, lugar; εὐ, buen; τόπος, lugar; es decir: buen lugar en ninguna parte) en su obra “De Optimo Republicae Statu deque Nova Ínsula Utopía” para denominar una isla regida por un sistema político ideal, un híbrido entre el cristianismo y el comunismo. En su isla, el rey estaba al servicio del pueblo y no para servirse de él, y sólo se distinguía del resto de sus conciudadanos por portar una ramita. En Utopía el trabajo no se consideraba una bendición sino un recurso para que el sistema siguiera funcionando. La jornada laboral duraba seis horas y, a su conclusión, las gentes dedicaban el tiempo al cultivo del espíritu. En Utopía se ocupaban de los viejos y los enfermos… Moro que había participado activamente en la formación del rey Enrique VIII se distanció de éste tras el cisma que provocó con la Iglesia de Roma para provocar su divorcio de Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, y erigirse como jefe de la Iglesia Anglicana. Este distanciamiento comenzó realmente con las censuras de Moro a las veleidades belicistas del citado monarca. La situación fue aprovechada por Thomas Cronwell, un luterano de origen humilde y que llegó al puesto de Lord Canciller que ocupaba el propio Moro.
Ambos consejeros terminaron sus días en el cadalso. Entre las virtudes de Enrique VIII no estaba, precisamente, la gratitud a los servicios prestados y sus verdugos, sin duda, se ganaban el sueldo. Cortaron más cabezas que la reina de Alicia en el País de las Maravillas. Así pues, Tomás Moro, uno de los hombres más influyentes de su época, se negó a bailarle el agua al rey y secundar sus planes y, teniendo mucho que ganar, se negó a lucrarse contra su conciencia y, teniendo mucho que perder, se negó a claudicar en contra de esa misma conciencia. Su familia se vio a abocada a la pobreza y él pasó de gozar del favor real a ser encerrado en la Torre de Londres y, finalmente, ser conducido al cadalso para ser decapitado. La intrahistoria nos cuenta que los asistentes a la ejecución, lejos de insultarlo o lanzarle desperdicios, como era costumbre, le vitoreaban a su paso, persignándose como ante un santo, y que el propio verdugo imploró su perdón por lo que se veía obligado a ejecutar, solicitándole su bendición. Moro, que nunca ocultó su temor a ser sometido a tortura, mostró un extraordinario aplomo en la hora final. Bromeó con el verdugo pidiéndole ayuda para subir al cadalso puesto que no la necesitaría para bajar del mismo y que no le cortara la barba que le había crecido en prisión pues ella sí había sido fiel al rey. Bendijo a los asistentes y exclamó: “Muero siendo el buen siervo del Rey, pero primero de Dios” y falleció de un único y certero tajo. Fue canonizado. Ahora es conocido como Santo Tomás Moro.
Thomas Cronwell, que había crecido a la sombra del cardenal Thomas Wolsey (entre Tomases estaba el juego), se hizo con el título de Lord Canciller o Primer Ministro, Secretario de Estado y Vicegerente de Asuntos Espirituales por decisión personal de Enrique VIII, convirtiéndose de facto en el hombre más poderoso de Inglaterra, empeñado en su plan de aplicar la Reforma en el reino del Tudor. Thomas Cronwell cayó en desgracia en 1540, tras repudiar el monarca a su cuarta esposa aún virgen, Ana de Cleves, una flamenca “con pinta de caballo” según la definía el sicótico rey. Los enemigos de Cronwell, que nunca fue un angelito, emborracharon al verdugo en la víspera para que le temblara el pulso y que su golpe de gracia no fuera certero. Hasta cuatro hachazos descargó el beodo ajusticiador sobre el cuello del otrora todopoderoso canciller sin conseguir su objetivo de desprender la cabeza del torso. Finalmente, un guardia se hizo con el hacha y asestó el golpe definitivo ante el estupor de los presentes, asqueados ya de una escena tan desagradable. La cabeza de Cronwell fue hervida y expuesta públicamente en la Torre de Londres, con la mirada en sentido opuesto a la capital del Támesis.
Los seres humanos, capaces sin duda de lo mejor también somos capaces de las mayores mezquindades. Hay que ser muy miserable para desearle a otra persona una muerte tan cruel como la que esos sujetos le depararon a Cronwell, por malo que éste hubiera sido. Sin obviar que el verdadero motivo de tanto odio residía en el fondo en la baja cuna del primer ministro (era hijo de un cantinero), algo que nunca le perdonaron los altivos nobles ingleses, más allá de su indudable codicia, de su intento obsesivo de mantener todo bajo su control o de su rapacería con los bienes eclesiásticos, pues en todo ello participaron alegremente dichos nobles, incluidas por supuesta las razias ordenadas por el susodicho canciller y sus tan espeluznantes como crueles campañas de castigo contra los rebeldes.
Con el dinero que expolió Cronwell a la Iglesia y con los abusivos impuestos que aplicó en el norte de Inglaterra, amén de engordar su pecunio particular, financió las conquistas y uniones de Escocia, Gales e Irlanda (es decir, formó las bases de lo que conocemos como Gran Bretaña) y construyó la base de la futura y poderosa Armada inglesa. Objetivamente, no fue tan malo para Albión. Fue robar a ladrones y abusar sin piedad de los desfavorecidos, lo mismo que hacían e hicieron sus no menos rapaces enemigos. Nada nuevo bajo el sol. La diferencia de la muerte del uno y del otro recompensa sin embargo a mis ojos la coherencia y la virtud de Tomás Moro, aunque pueda parecer un pobre consuelo en los tiempos que corren. Mi padre solía contarme la historia cuando nos sentábamos frente a los castillos de San José de Valderas, y me aconsejaba primar la honradez y la coherencia con los propios ideales a la avaricia, aunque se pierda la vida en el envite, aún más en los actuales tiempos en que estamos gobernados por “gobernantahúres”, según el acertadísimo término acuñado por Réjean Ducharme, y que nos conducen irremediablemente a la distopía.
Otro Cronwell, Oliver, se haría años después con el poder omnímodo en el reino inglés bajo el título de Lord Protector tras sus victorias sobre las tropas de Carlos I en Marston Moore (1644) y Naseby (1645) en la Guerra Civil inglesa. A menudo se oculta que al acceder Carlos II al trono ordenó exhumar el cadáver de Cronwell, decapitarlo y clavar su cabeza en una pica, en la que se pasó más de cuarenta años expuesta públicamente en la Torre de Londres. Eran los anuncios de la época, bastante mas “heavys” que los actuales de Tráfico. Para que luego nos hablen de espíritus vengativos. De todo lo expuesto debe proceder el dicho de “no pierdas la cabeza”, como en la canción: “Txus, no bebas tanto: no pierdas la cabeza, no pierdas la cabeza… no pierdas la cabeza”.

Jose Manuel Iglesias Cervantes.

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