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jueves, 1 de julio de 2010

Libertos y Desnortados (Las columnas del Mercado)

El Mercado.
Utopía y gamusinos

Desde lejos me llega el eco de una vieja canción, el tenue rumor de la soledad, del recuerdo del pasado. Un susurro que se acurruca en mi oreja. Un mensaje escrito en las hojas que trae el viento cuando la realidad oprime al ánimo. Cuando el fraude, el engaño, la trapacería se confunden con la honradez. Cuando ante la injusticia guardamos silencio porque el silencio de hoy es una infamia, porque el silencio de hoy será el rencor de mañana. Cuando nuestros periodistas, que deberían velar por nuestra formación y por su independencia, aceptan que les vendan lecturas de comunicados oficiales sin opción a preguntas como si fueran verdaderas ruedas de prensa. Cuando nuestros líderes no nos escuchan ni nos ven y sólo nos usan como trastos que lanzarse a la cabeza en su guerra particular, en busca de un mero beneficio personal. A menudo debemos luchar contra nosotros mismos, contra nuestra propia galbana. A menudo somos nuestros peores enemigos. Como escribió Saccomanno, “el infierno es el subsuelo de uno mismo”. No busquemos más allá.
Tomás Moro escribió la inmortal obra “Utopía”, título que tantos sueños rotos ha apadrinado. Tomás Moro perdió la cabeza, pero nunca su integridad ni su coherencia ni sus sueños. Limón, infinito, república, cachivache y gamusino fueron las palabras más votadas en una encuesta realizada por el Instituto Cervantes con motivo del Día del Castellano. Utopía es mi palabra favorita en castellano. Es la luz que despeja las sombras en mi alma, un faro que contemplar y que me sirve de guía en los días neblinosos y confusos, el fuego que aleja a las bestias y espanta a las criaturas de la noche. Utopía es el viento en las velas de nuestros navíos que los conduce hacia buen puerto, el aliento que favorece que nuestros hijos crezcan felices y en libertad. La utopía precisa de los recuerdos, de las buenas experiencias para no perderlas y perpetuarlas en el tiempo; y de las malas, para no repetirlas y erradicarlas. Pero los recuerdos sólo son buenos mientras no nos hagan reos con sus cadenas invisibles, unas cadenas a las que nos puede conducir engañados la falsa nostalgia. No todo tiempo pasado fue mejor, simplemente éramos más jóvenes y teníamos más energía. Todo tiempo pasado es, y debe ser, mejorable. Es el legado de los muertos y la responsabilidad de los vivos para los que están aún por vivir. Recuerdos, sí, pero primando el futuro, puesto que lo único que no existe es el presente. Cuando citamos el presente ya estamos hablando del pasado, y cuando actuamos ya lo hacemos con vistas al futuro. Todo es pasado y futuro. En la juventud cantábamos “No future for you, no future for me”, pero se expresaba una lucha por el “future for us”. We are the future, brothers in arms. Y en tiempos difíciles como éstos (todos lo son, unos más difíciles que otros, pero nunca hubo tiempos fáciles para el pueblo) la utopía cobra mayor relevancia si cabe. No hay tiempo a la espera. Las causas perdidas son las más nobles y las únicas eternas. Por eso el Quijote es eterno y universal.
Hay enfermos mentales que oyen voces y matan a sus prójimos. Yo oigo una voz que me alienta, que me grita “adelante, arriba, lejos. Siempre adelante, arriba una vez más, más lejos esta vez y siempre”. La gente agota sus rezos con desesperanza. La chica de los ojos azules contempla al cantante callejero en el vagón del tren interpretando boleros. Las chicas que leen y el adolescente que se pierde mentalmente buceando entre sus faldas. Mi sombra se aleja y, cuando más fatigado me siento, me recobro porque soy como el verso de Miguel Hernández, “como el árbol talado que retoño y aún tengo la vida”. Para la libertad lucho, sangro y pervivo. Es la hora de la resistencia, de disipar los espejismos, de afrontar la realidad con la vista en la consecución de la utopía. Mandan los de siempre, ya lo sé, son los mismos los que roban y abusan. Son los mismos los de a Dios rogando y con el mazo dando, son los mismos los que niegan la utopía, pero por cada cabeza cortada surgirán otras diez en su lugar. El norte no está lejos, está en nuestro ombligo, en nuestra mente, en nuestro ser. Giremos la cabeza al amor, a la esperanza, al combate, al vuelo de la mariposa, al aguijón de la avispa. Al arroyo que fluye por nuestras venas, al viento que nos acaricia y cantemos que sí, que los chicos están bien; castigados, algo desengañados y cansados, pero bien, muy bien, mejor que nunca porque están preparados, más que antes, más que nunca. Respiran, sangran, comen, beben, sueñan. Ni un paso atrás, salvo para coger carrerilla. El valor de una sonrisa, el valor de un apretón de manos.
Sólo los más ricos, a menudo los más pobres de alma, piensan que todo tiene un precio. Cierto es que todos pueden obtener besos, pero unos se venden y otros se dan, y éstos valen más… éstos son los únicos que valen en realidad. Cuando cierro los ojos veo el viejo mundo, veo mis calles, mi colegio del Mercado, donde empezó todo. Cuando cierro los ojos puedo ver un mundo nuevo. Cuando cierro los ojos venzo el miedo y mis dedos rozan la utopía.
También tengo otra palabra preferida, y más ahora que hemos perdido a Saramago (Sara Maga para nuestra súper lideresa Esperanza Aguirre cuando era ministra de Cultura ¡aaay!). Es Iberia. Iberia en el sentido del premio nobel luso: una unidad voluntaria de ambos países, vencidas definitivamente las viejas rencillas, ganada una nueva y próspera amistad en un impulso común de las personas positivas de España y Portugal. Iberia, acaso otra utopía. Pero real y posible. A menudo aquéllos que se autocalifican de “realistas” no son otra cosa que inmovilistas reaccionarios a cualquier avance que suene a progreso.
“Sueño constantemente con los navíos de mi juventud, desde que zozobraron en el mar de las Estrellas” escribió con gran belleza el poeta canadiense Émile Nelligan. Yo intento cada día reparar las maderas y las velas dañadas para seguir navegando y continuar la singladura hasta arribar a la isla de la Utopía, aunque sólo sea para cazar gamusinos... serán gamusinos libres al menos.

Jose Manuel Iglesias Cervantes.

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