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jueves, 10 de junio de 2010

Libertos y Desnortados (las columnas del Mercado)

El Mercado.

Perdidos en “Perdidos”.


Jaimito está en el aula y un profesor le pregunta el título de la obra inmortal de Dante  Alighieri. Como el niño no tiene la menor idea, le va dando pistas: “La…”, “La Di…”, “La Divi”…, “La Divina…” “¡Que no, leches, que no lo adivino!” protesta el chico. Este patético chiste viene a cuento por la genial serie “Perdidos” y las protestas que oigo a menudo de muchas personas acerca de que se “pierden” o no la entienden. Y viene a colación acerca de lo que vengo escribiendo tiempo ha en esta columna sobre lo poco y mal que leemos los españoles.

Si hubiéramos leído “La Divina Comedia” del citado Dante, concretamente el Canto II, El Purgatorio, no “nos perderíamos” tanto en “Perdidos”. Allí hallamos el concepto del Antepurgatorio, a cuya playa (¿de una isla?) llegan centenares de almas desorientadas, “perdidas”, en una gran barca alada sin velas ni remos (¿un avión?) a esperar su destino en una suerte de mundo bisagra conectado con el mundo real, el infierno y el cielo. El famoso, y tantas veces demandado “Humo Negro” de la serie no es otra cosa que el “aura negra” que encontramos en el Canto V del Libro del Infierno de la inmortal obra de Dante, en el acceso al infierno de los que pecaron de lujuria (como el propio escritor italiano, débil confeso ante el llamado pecado de la carne, y como quien estas líneas escribe). Un “viento negro” que aplasta en impetuoso avance a ras de suelo a las almas con rumbo al averno.

La isla, que a mí personalmente me parece una referencia permanente al mito de la Atlántida, tapona la salida del Mal como concepto impidiendo su fuga al mundo terrenal, y mantiene en ella a las almas en espera de su destino, siempre sujeto en último extremo a su libre albedrío, concepto basado en la teoría ilustrada de que Dios no nos condena, sino nuestros propios actos. Es por ello que los personajes van y vienen y, en función de una u otra circunstancia, sus vidas “en el mundo real” se modifican. Ora están felizmente casados, otrora están alcoholizados e infelices; son millonarios o pobres, etcétera, dándose siempre la posibilidad de redención, encarnada por encima de todas en la apesadumbrada figura del iraní Sayid, el antiguo “torurador torturado”. Todo ello porque el hombre es de naturaleza humana y divina a un tiempo, como leemos en el “Libro de los Siete Sellos” del “Apocalipsis” de San Juan.

Amén de en el “Génesis” bíblico, en la magnífica “Rey Jesús”, de Robert Graves, encontramos la Escalera de Jacob, una escalera en espiral por la que los ángeles suben y bajan del Cielo al Infierno, y por la que ascendió el patriarca Jacob al Paraíso entre sueños, abriendo las “Puertas del Cielo”, a las que luego cantaría Bob Dylan (también aparece en la obra de Milton entre otros muchos autores). Graves la sitúa en el monte Moria, donde se construye el Templo de Jerusalén y donde se producen los sacrificios (algo que se repite en varios capítulos de “Perdidos”, literalmente). La Escalera de Jacob, también llevada al cine en una película de Adrián Lyne y protagonizada por Tim Robbins, y que también toma forma en “Perdidos” en las distintas escalerillas por las que se accede a las estaciones de la Iniciativa Dharma, una especie de Torre de Babel integrada por bienintencionados pero soberbios científicos que, en cierto modo, retan a la divinidad.

En cuanto a otro personaje clave, Richard Alpert, o Ricardus, el hombre que permanece joven puede hacer referencia, como algunos sostienen, al Albión de William Blake, pero yo creo que está más vinculado al “hombre eterno” (“The Everlasting Man”) de G. K. Chesterton, que trata del origen evolutivo de la humanidad y para el que hay dos formas de llegar al hogar: “permanecer en ella o dar la vuelta al mundo para llegar a él”, algo que también encontramos en “El Alquimista” de Paulo Coelho, con clara influencia del Cristianismo en la idea del hombre frente al cosmos, el emisario de Dios. No es extraño que proceda de Lanzarote, la “isla escondida”, en otra clara referencia al mito de la Atlántida. Y la ecuación de Valenzetti, que indica el tiempo (en años, meses, día, horas, minutos y segundos) que tiene la humanidad antes de que se autodestruya, son los famosos números 4 8 15 16 23 42, mientras que la colosal estatua hace referencia a la diosa egipcia Tauret, protectora de las embarazadas (curiosamente, los niños engendrados en la isla mueren al nacer, menos uno, una esperanza, una especie de Mesías redentor al que Kate, una especie de María Magdalena, protege).
Todo ello me conduce a mis recuerdos del colegio del Mercado y al afán con que se empeñaba, con desigual fortuna, el profesor que recuerdo con mayor agrado de aquella época: don Andrés, empecinado en la infatigable tarea de que adquiriéramos la costumbre de leer, y que mi padre secundaba con energía en mi casa. Tengo entendido que al final de su carrera profesional consiguió que sus alumnos asumieran como un castigo, y no como un alivio, que les prohibieran leer. Mis más efusivas felicitaciones, querido profesor.

Por cierto, el piloto del avión de “Perdidos” será un ángel… apuesten por ello, y lean “Rey Jesús”, de Robert Graves. Muchos conceptos religiosos e históricos les serán clarificados.


Jose Manuel Iglesias Cervantes.

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