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jueves, 10 de junio de 2010

Libertos y Desnortados (las columnas del Mercado)

El Mercado

De Cañas… y Barro


Quedo con unos antiguos amigos en un bar del barrio. Me alegro sinceramente de verlos, pues hace mucho tiempo que no frecuentamos los mismos lugares y compañías. Es curioso con que facilidad las personas podemos pasar de ser íntimos a conocidos y a prácticamente desconocidos, incluso unos completos extraños, sólo con dejar de tratarnos unos años.

Nos tomamos unas cañas de cerveza. El más mayor del grupo me cuenta que lo ha pasado muy mal, que ha estado ingresado en varios centros de desintoxicación y en un centro psiquiátrico tratándose de su adicción a las drogas y de un trastorno bipolar de la personalidad. Ha estado amarrado a la cama para evitar autolesiones, en un rosario de penalidades físicas y de torturas anímicas. Hace tres años fue detenido por conducir en un estado lamentable un vehículo sin el correspondiente permiso, previamente retirado. En el juicio rápido celebrado al efecto le sentenciaron a dos años de retirada del carné de conducir, 1.800 euros de multa y 22 días de trabajos sociales. Le dijo a la jueza que tenía unos ojos preciosos y un cuerpo espléndido. Lo cortés no quita lo valiente, pienso. Los trabajos para la comunidad consistieron en recoger tierra morena para las macetas de una señora enferma.

Se suma a la conversación otro antiguo conocido. Nos cuenta que es incapaz de vencer su alcoholismo y que se ha presentado dos veces, por falta de una, en el presidio de Soto del Real, pero que no le admiten porque ha perdido un papel y al funcionario no le consta su citación. “He ido a la gobi, incluso, y no salgo en busca y captura, así que no sé que hacer. ¡Joder, chicos, no me quieren ni en el talego! Al final –nos dice- me iré a un centro a mi pueblo, que al menos te dan buena ropa y jamoncito, y a lo mejor dejo el condumio –cocaína- y el alcohol”. Surrealismo puro. Me viene a la mente su imagen, sentado a las puertas de la cárcel en un banco de piedra bajo el aguacero, pidiendo al funcionario que le deje guarecerse de la lluvia y le deje hacer una llamada para que vuelvan a recogerle tras su no ingreso en prisión. “Los pavos no lloran, tronco, sino me ponía a llorar aquí mismo”, asegura… y le creo.

Nos hemos criado en el mismo colegio, si bien en cursos diferentes, y hemos frecuentado las mismas calles y lugares; nuestras familias se conocen. Sin embargo hemos transitado diferentes caminos vitales. Acaso no terminar así se deba a una línea más fina de lo que podamos pensar o creer. Recuerdo que en mi juventud, yendo con uno de los que allí estaban, ganamos un macuto entero de botellines de Jack’s Daniels y de ron en el tiro de un barracón de feria. Las únicas escopetillas de verbena que he visto sin trucar o, al menos, bien calibradas. Nos los bebimos en un camping de Almería, intentando ligar infructuosamente con unas muchachas. Lo que ligamos fue una cogorza de tal calibre que se incendió el recinto y no nos enteramos hasta que los bomberos, que habían desalojado a todos los campistas, consiguieron sofocar el fuego. El bombero que nos halló riendo, al lado de nuestra tienda, nos dijo: “¡Vaya torrija lleváis!, mejor quedaos porque ya hemos apagado el incendio”. Recuerdo que yo pensé: “Menos mal, porque si nos llega a dar una llama ardemos hasta el día del Juicio Final, con la cantidad de alcohol que llevamos en sangre”… Para habernos matado. Y me descubro echándole la bronca a mi hijo porque ha bebido. “Por cierto, no veas como sopláis cerveza”, exclama a modo de despedida el alcohólico. Qué flaca es la memoria. Qué acomodaticio es el recuerdo y España, qué gran país.

Jose Manuel Iglesias Cervantes.

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