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jueves, 10 de junio de 2010

Libertos y Desnortados (las columnas del Mercado)

El Mercado.

Mamosos famosos, famosos mamosos


Fama. Opinión que tiene la gente de la excelencia de un sujeto en su profesión o arte. Los españoles queremos ser famosos pero, como es harto complicado destacar, nos acogemos a la tercera acepción del diccionario: Que llama la atención. Con eso nos basta. Que hablen, aunque sea bien. El mérito y el esfuerzo se dibujan en nuestras mentes como senderos demasiado largos, tortuosos y desabridos. Apostamos por la cultura del pelotazo, del trepa, del lametón, del braguetazo, de la pérdida del sentido del pudor o del ridículo. Todo vale en aras de ser “famoso”, “conocido”, “popular”.
Mamoso, dícese del que mama bien y con apetencia. El que mama mucho y mama bien. Un buen mamoncete. Una bendición para cualquier madre tener un bebé así, zampón y con los mofletes sonrosados. Una bendición para la madre y allegados si no rompe la tendencia al crecer. Otro gallo canta al resto de sus conciudadanos, pero eso no importa en el país del que no corre, vuela. Y ya se sabe que ave que no vuela, a la cazuela. Sobre todo desde que todos soñamos con ser Fernando Alonso, pero sin padecer sus sacrificios; con ser Fernando Torres, pero sin ir a entrenar; Bruce Lee, pero bebiendo cañitas y sin ir al gimnasio; millonarios con mercedes, chalé y piscina, pero sin madrugar. En suma, desde que declinamos ser un país de eméritos reconocidos a favor de ser un irreconocible país de famosos mamosos o de mamosos famosos, que es parecido pero no lo mismo.
Son los paladines del “Dios no me des, ponme ande haiga, que ya me ocupo yo de trincar”. Les das la mano y te dejan el muñón. Les dejas desnudos en una habitación vacía y, a la que vuelves, tienen una suite de lujo con caviar ruso y Moët & Chandon en la cubitera, y una maciza en lencería fina sobre una piel de oso polar frente a la chimenea con leños crepitantes al fuego.
Sí, ya sé que a veces parezco el Cándido de Voltaire, pero aún así soy consciente de que en España pesa más ser listo que inteligente y mucho más que culto. Sé que quien no tiene padrinos se muere moro, esto es, sin bautizar. Y sé que no es algo nuevo, sino que colea desde los días del Lazarillo y más allá. Que Don Dinero es poderoso caballero y que el que tiene vergüenza no almuerza. Más vale maña que maño, perdón, que fuerza (me traiciona el subconsciente) y más vale que te desprendas con premura del pudor, la honradez, el honor y demás valores otrora tenidos por virtudes y ahora por lastres. Más vale desprenderse del desprendimiento.
Pero convengamos en que esto ya pasa de castaño oscuro. Tras verle danzar en un garito de la Habana, una amiga le dijo a un mulato: “Hay que ser cubano para bailar así”. El muchacho sonrió y contestó: “No, mihijita, hay que aprender y ensayar muuuuchas horas”. ¿Talento? ¿Mérito? ¿Esfuerzo? ¿Para qué? ¿De qué sirven? Estudiar, trabajar, entrenar, ensayar, aprender a cantar, a bailar, a actuar… sacarse una ingeniería, una licenciatura, aprender un oficio… Pérdidas de tiempo. Cárguese de soberbia, inmodestia y malos gestos. Búsquese un torero, futbolista o similar, exprima zumo genital y repita ante el espejo cien veces o más una frase similar a: “yo por mi hija… ¡maaato!” (Sale mucho mejor si consigue exclamarlo con una vena hinchada en la sien o en el gaznate, y beberse un litro de cazalla también ayuda lo suyo, sobre todo para agriar la voz) Al fin y al cabo esto es puro teatro, un circo sin leones pero plagado de fieras y payasos. Igualmente válido es despreciar la mínima formación musical y, a un tiempo, lanzarse a graznar cual grajo algo que intentarán colarnos como una canción.
Todo vale. Esto es Jauja, perdón, España, ese país que con tales mimbres parece condenada a seguir en el furgón de cola del orbe civilizado por muchos años, en la caverna del cilicio y del donde la ciencia no llega, la vara lo endereza. Que el que no corre, vuela y, como en el tango, el que “labura” es un gil. El más necio hace relojes de madera y funcionan que es una barbaridad. Intelectuales rijosos que ponen su sable al servicio del mejor postor, traicionando cualquier poso de moralidad o decencia que les quedara, hasta tornar al pueblo en populacho, hasta convertir las ideologías en coartadas para dejar de pensar. Todo por la saca y a chupar del bote hasta que la pasta se agote, patriotas del doblón. Es cierto que la Gran Vía madrileña ha cumplido cien años, pero las calles de Montera y de la Ballesta están más enraizadas en la tierra de nuestra maceta.
Escucho en una emisora de radio a una experta en la materia explicando que si soplamos un caramelo sobre el cuerpo de nuestro amante sentiremos un aluvión de nuevas sensaciones. Supongo que eso nos convierte en un soplacaramelos, y siempre he pensado que no es lo mismo tocar la gaita que soplarla. La experta asegura que “el cuerpo humano es enorme” ¿? y que podemos “seguir soplando”, por ejemplo en el pene. En efecto, sí lo haces, automáticamente te conviertes en un soplapollas.
No, no envíe a sus hijos al colegio ni al instituto, aún menos a la universidad. Hágalo lelo de solemnidad desde la cuna y le ahorrará disgustos y depresiones. O métalo de concursante en Gran Hermano o, aún mejor, que se haga político, ya no le hace falta ni que termine los estudios básicos, basta un buen escáner y un poco de photoshop. Famosos mamosos, mamosos famosos, tanto da, y así nos va pero, como canta Serrat, cuando termina la fiesta la zorra rica vuelve al rosal y la zorra pobre al portal, y en Alemania hace tiempo que la orquesta dejó de tocar.

Jose Manuel Iglesias Cervantes.

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